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sábado, 5 de mayo de 2012

¿Por qué los diáconos?

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas nos habla de la institución de los diáconos de una forma estable y permanente, por las necesidades de la Iglesia creciente, para ellos se  impusieron las manos  y se les encargó el oficio de administrar los bienes de la comunidad cristiana (cf. Hch. 6,6). 

Será San Pablo el que posteriormente los mencione como una institución estable en la Iglesia (cf. Flp 1,1; 1Tim 3,8-12), llegando a afirmar con una bella metáfora que "hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo;  y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos" (1Cor 12).

Efectivamente, es una acción del Espíritu Santo el establecer en la Iglesia una diversidad de ministerios dentro de la unidad de una misma misión. Luego si surgen y están surgiendo estas vocaciones en la Iglesia, no es capricho personal, ni es promovidas por ningún prelado más vanguardista o de otro calificativo. 

Fue hace casi cincuenta años, en el Concilio Vaticano II, cuando se acordó con el consentimiento del Romano Pontífice conferir el diaconado a hombres maduros, aun estando casados y jóvenes idóneos que se mantengan  en el celibato (cf. LG 30).

En la misma Constitución Conciliar, y apoyándose en una cita del  Concilio Tridentino se afirma que el ministerio eclesiástico es de institución divina, no humana, y se ejerce en la Iglesia desde bien antiguo por los Obispos, presbíteros y diáconos (cf. LG 28). 

El número 29 de la misma Constitución, afirma que este ministerio eclesial, el diacono, es el grado inferior de la Jerarquía, se les ordena, recibiendo la imposición de las manos "no para el orden al sacerdocio, sino para el orden al ministerio". De esta manera, los diáconos son confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio. A partir de este momento servirán al 
Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. 
Mi ordenación diaconal, cuando D. Ildefonso me puso la estola y la dalmática.

Prosigue señalando de oficio propio de los diáconos, que pueden administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. 

Especialmente estos hombres se deben dedicar a los oficios de la caridad y de la administración, y ejercer los oficios necesarios en la vida de la Iglesia. Así, cada Conferencias territoriales de Obispos, y de acuerdo con el mismo Sumo Pontífice, decidirán si se cree oportuno y en dónde el establecer estos diáconos para la atención de los fieles. Por eso no se ha instaurado en todos los continentes al mismo tiempo, ni siquiera en todos los países, cada obispo lo ha instaurado según ha visto conveniente. En nuestra diócesis de Orihuela-Alicante se aprobó el 3 de Junio del 2000 por el Consejo Presbiteral.

Por eso sería bueno que los diáconos no se les viera como un cuerpo extraño e independiente, no van por libres. Si anuncian o predican, no hacen su propio mensaje, sino el Evangelio de Jesucristo; si dan de comer al Pueblo de Dios, es el Cuerpo de Cristo que se quedó en la Eucaristía, si bautizan o bendicen es para aumentar y santificar el número de los redimidos. Es bueno ver que estos hombres, la mayoría casados y padres de familia, tienen un gran corazón, generoso, entregado y partido entre dos esposas, y a ver cual de ellas le pide más.

Oremos, los cristianos, al Dueño de la mies que haga surgir vocaciones para seguir trabajando en su viña, y que su divino Espíritu siembre en sus corazones la vocación al sacerdocio y al diaconado.

Manuel Cosme García Vaíllo
Diácono.

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