Me ha parecido muy interesante
colgar en nuestro blog una carta de la esposa de un diácono permanente de la diócesis
de Pamplona, Fernando Aranaz. Así que os invito a no dejar de leerla. Desde aquí
agradezco a Paloma esta reflexión en voz alta. Su carta dice así:
El domingo día 25 de
mayo se celebró en la Diócesis de Pamplona la II Jornada del
Diaconado Permanente. Mi esposo, Fernando Aranaz, fue ordenado diácono
hace casi siete años y desarrolla su labor diaconal en la capellanía de la
cárcel de Pamplona, manteniendo su trabajo en la vida civil, tal como se les
recomienda a los diáconos.
Los años de
discernimiento, estudio, preparación y, finalmente, de ordenación, no
estuvieron exentos de problemas e incomprensiones, ya que él fue el primer
diácono de la Diócesis y abrir camino siempre es muy difícil cuando la cerrazón
de algunos es dura.
Pero cuando se trata
de una verdadera llamada de Dios, las situaciones se sobrellevan, esquivan y
todo adquiere una nueva dimensión, ya que Dios te ha preparado algo realmente
bueno para tu vida que te hará feliz. Dios “sólo” necesita tu “sí”, porque Él
no entra nunca como un elefante en una cacharrería, como a veces hacemos
nosotros, y respeta tus tiempos, y cuando así ocurre Él te regala el ciento por
uno.
La segunda vocación
de Fernando, como suele decir él, no fue algo aislado ni tampoco con el tiempo
tan extraño, a pesar de que al principio ninguno de los dos comprendíamos bien
qué estaba pasando, sino que nació del matrimonio y de la familia, forjándose
día a día.
Llevábamos muchos
años colaborando en nuestra parroquia, en grupos diocesanos, en la cárcel como
voluntarios de Pastoral Penitenciaria… y ahora Dios pedía a Fernando, en
especial, un paso más por medio del servicio de forma permanente y también a su
familia para que acogiéramos este don. Fueron tiempos de dudas, de no
comprender bien qué estaba ocurriendo ya que teníamos la vida hecha, tiempos de
volver a replantearse ciertas cosas dadas por hechas, de incomprensiones por
parte de personas muy cercanas de nuestra Iglesia, pero también tuvimos el
apoyo de otras tantas muy queridas para nosotros e incluso de aquellas que no
conocíamos. Y así llegan las cosas de Dios… ni antes ni después, sino
cuando Él cree que estás preparado...
Han pasado casi
siete años desde su ordenación y ahora podemos decir con certeza de que se
trata realmente de una vocación, de una llamada de Dios a servir al prójimo de
esta forma tan especial: al modo de Jesús servidor que lava los pies al mundo.
Siento que Dios nos ha hecho un gran regalo: el ser y formar una
familia diaconal en medio de un mundo sediento de Dios, aunque a veces
el mundo no sea consciente de ello.
Antes de nada y,
para aquellas personas que lean estas líneas y no tengan claro qué es un diácono,
me permito hacer unas aclaraciones concisas sobre esta realidad tan desconocida
y a la vez tan apasionante, que algunos critican, pero que muchos admiran y
rezan por ella.
* Diácono: Es un
hombre ordenado que sirve a la Iglesia y a los hermanos al modo de Jesús
servidor. Están dentro del orden ministerial que forma un triángulo: los
diáconos y presbíteros, con sus vocaciones y funciones diferentes, como
colaboradores del obispo y pastor diocesano. Pueden ser personas casadas
(mayores de 35 años) o solteras (a partir de 25 años).
* Estudios: Están
formados en Ciencias Religiosas con tiempos para la pastoral.
* Historia: Ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles (6,
1-6) nos dice que se nombra a los siete primeros diáconos de la Iglesia. A partir de lo
siglos IV o V y, por diferentes motivos, va desapareciendo pero el Concilio
Vaticano II lo restaura como ministerio permanente admitiendo a hombres
casados.
* Tareas pastorales:
Tienen su espacio propio en la liturgia, la Palabra y la caridad. Sus destinos
pastorales son variados y son los espacios donde hay mayor necesidad. Tal vez
alguien piense que no son los más agradecidos (hospitales, cárceles,
cementerios, marginación…), pero son los más diaconales y donde se encuentra a
Jesús sufriente.
Al hilo del tema del
diaconado me gustaría hacer balance y puntualizar lo que he venido y vengo
observando durante los últimos trece años como esposa de diácono y mujer laica
que lleva muchos años sirviendo en la Iglesia. Qué ha supuesto todo este tiempo lleno de
experiencias gratificantes, aunque haya habido alguna que otra zancadilla y qué
cosas habría que cambiar. Tal vez haya personas que se cuestionen dónde ponemos
a los diáconos en la
Iglesia. Ellos ya lo saben…
* En primer
lugar decir que para el diácono el modelo y ejemplo a seguir es siempre Jesús
servidor, que es quien se arrodilla, lava y besa los pies del mundo y que vino
no para ser servido sino a servir. Para cualquier cristiano, sea cual
sea nuestra vocación, nos debemos medir en Jesús de Nazaret. Para mí, como
mujer cristiana, madre, esposa de diácono y servidora de la Iglesia, también lo
es. Siempre he admirado y respetado el servicio que tantas mujeres realizan en
nuestras parroquias a veces poco agradecidas y otras invisibles dentro de
ellas.
* Las
esposas de los diáconos no somos las nuevas “diaconisas” y nuestro papel no es
sólo dar el consentimiento para que nuestro esposo pueda ser diácono firmando
un documento, es mucho más, ya que en el matrimonio se comparte todo, se camina
acompañado, se habla de todo y se toman decisiones conjuntas. Nosotras, las
esposas, no somos algo decorativo, pintoresco o un mal menor, sino que
participamos de la diaconía de nuestros esposos. Conozco a un montón
de esposas de diáconos con un gran compromiso humano y cristiano en
voluntariados de marginación, dedicadas también a sus trabajos civiles, a su
familia y dedicando sus servicios en pastorales diversas.
* Los diáconos hacen
un gran esfuerzo por conciliar su vida familiar, laboral y encomienda diaconal
que no se siente reconocida en algunas ocasiones.
* Me gustaría decir
que son muchas las personas que se alegran con nosotros, que comparten nuestras
inquietudes, que nos comprenden, nos aceptan y nos ayudan a vivir mejor esta
vocación de la Iglesia bendecida por Dios.
* En general, los
diáconos son bien aceptados por la gran mayoría de laicos contentos de contar
con una persona preparada, vocacionada al servicio a los demás y una persona
muy cercana a ellos, que ha salido de su comunidad, que trabaja como ellos para
poder mantener a su familia, luchando cada día por su puesto de trabajo en
medio de una gran crisis económica; felices porque como ellos tenga esposa e
hijos, con todos los problemas y alegrías que significa formar una familia,
como la de todos. Por todo ello, resultan muy cercanos. Varias personas, que no
conocíamos, a propósito de su ordenación, nos pararon por la calle para darnos
la enhorabuena por “nuestra valentía y gratuidad”.
* Aprovecho esta
reflexión para decir algo sobre el hecho de pedir vocaciones en la Iglesia. Vocaciones
hay unas cuantas y todas igualmente importantes. O son todas vocaciones, o no
hay ninguna, me dijo una vez un sacerdote a quien aprecio mucho. Me gustaría
que rezásemos por ellas, para que cada vez haya más vocaciones al servicio, tan
necesitadas hoy en día, porque son dones de Dios y están bendecidas por Él y
son todas susceptibles de pedir a Dios por ellas, lo que ocurre es que a veces
falla la conciencia de que todos somos necesarios en la Iglesia para que el
cuerpo de Cristo esté completo. ¿O es que ponemos en duda que Cristo es la
cabeza del cuerpo y el resto somos sus miembros todos necesarios y que si falla
alguno no está completo? (I Corintios 12, 4-14).
Como decía, a pesar
de las dificultades, el balance es totalmente positivo.
* Es una realidad
que poco a poco va creciendo en la Iglesia. En nuestra Diócesis son tres los
diáconos permanentes (dos casados y uno célibe) y en España son más de
cuatrocientos y el número aumenta cada día.
* Nuestro
matrimonio y la familia se has visto reforzados por este don del diaconado y
por ello estamos siempre agradecidos a Dios. La llamada de Dios
presente en nuestra vida matrimonial, supone algunas dificultades, pero también
muchos aspectos positivos, ya que el matrimonio y el diaconado se complementan
y nos hacen crecer como personas, como pareja y como cristianos. El “sí”
consciente dado a nuestro esposo se convierte en compromiso de servicio para
nosotras y en cierta forma trabajamos a la par del esposo. Marido y mujer
avanzamos juntos hacia el Señor. No estamos solos. No hay que olvidar
que lo importante es el SER y no el HACER.
Los diáconos tienen
una gran autoridad moral, que se la dan la gratuidad, el testimonio y la
coherencia de su vida y la cercanía al hermano. Pienso que queda y que hay
mucha tarea por hacer y si hay voluntad y nos ponemos en las manos de Dios,
lograremos entre todos transparentar el rostro de Cristo.
No hay que
tener miedo de lo que Dios te pida, Él respeta siempre tus tiempos y
no hay que cerrarle las puertas, porque cuando Él te pide algo y aunque el
camino a veces sea dificultoso, es porque te quiere hacer inmensamente feliz.
Paloma Pérez Muniáin
Junio de 2014