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Blog pensado para ir publicando alguna información interesante o noticias que sucedan en nuestra diócesis de Orihuela-Alicante y que tenga que ver con este reciente Ordo Diaconal que existe desde el 26 de Diciembre de 2007.

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domingo, 14 de diciembre de 2014

¿Qué es el Diaconado Permanente?


Reproducimos la carta de Monseñor Asenjo sobre este ministerio:

Queridos hermanos y hermanas:

Arzobispo de Sevilla  Juan José Asenjo_
Juan José Asenjo Pelegrina-Arzobispo de Sevilla
El pasado18 de octubre el señor Obispo auxiliar ordenó un nuevo diácono permanente, acontecimiento que me da pie para dedicar esta carta a esta institución presente de forma notable en nuestra Archidiócesis. En estos momentos tenemos cincuenta y tres diáconos permanentes, siendo la segunda Diócesis de España en número. Doy gracias a Dios que nos bendice y enriquece tan palpablemente.

Uno de los hechos más significativos de los tiempos apostólicos es la institución de los siete diáconos. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata que al crecer el número de los cristianos por la predicación de los Apóstoles, los que eran de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Apóstoles, no queriendo descuidar la oración y la predicación, que consideraban su misión prioritaria, propusieron la elección de siete varones de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, para que se encargaran del servicio de la caridad. Fueron presentados Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás. Los Apóstoles oraron por ellos y les impusieran las manos (Hch 6,1-6).

San Pablo, escribiendo a los filipenses, ya incluye a los diáconos junto con los obispos en su saludo inicial (Flp l, 1). En la primera carta a Timoteo les dirige algunas recomendaciones acerca de su conducta: que sean respetables, sin doblez, ni dados a negocios sucios y que guarden el misterio de la fe con conciencia pura. Al mismo tiempo recomienda a los responsables de su designación que los prueben primero, de tal manera que cuando vean que son intachables, los destinen al ministerio, que ya desde el principio abarca la formación de los catecúmenos y neófitos, la administración de los bienes eclesiásticos y el servicio institucionalizado a los necesitados.

En la antigüedad cristiana el diácono estuvo siempre a disposición del obispo y de los presbíteros, llegando incluso a asumir ciertas funciones de dirección de la comunidad en las zonas rurales. Con san Esteban, en los primeros siglos de la Iglesia, destacan por su ejemplaridad grandes diáconos como san Lorenzo, san Efrén o san Vicente.

Las profundas transformaciones que tienen lugar a partir del siglo V en la organización de la Iglesia hacen que la importancia del diaconado vaya disminuyendo progresivamente, limitando sus funciones al servicio solemne del altar, la administración del bautismo, la proclamación del Evangelio y la predicación. Pierde así su función específica y comienza a verse más como un paso intermedio para acceder al presbiterado.

La restauración del diaconado permanente es uno de los frutos más visibles del Concilio Vaticano II, una auténtica gracia de Dios para su pueblo y un ministerio ordenado que probablemente no ha desplegado todavía todas sus potencialidades en la vida y en la misión de la Iglesia. Como es bien sabido, el diaconado permanente puede ser conferido a hombres casados, según determinación del obispo y con la previa autorización escrita de la esposa.

El diaconado entraña una participación objetiva en el sacramento del orden. La gracia sacramental habilita a quien lo recibe para anunciar el Evangelio, predicar la Palabra de Dios, servir al altar y ejercer el ministerio de la caridad, como afirma la Constitución Lumen Gentium (LG 29). El diácono proclama el Evangelio en la celebración eucarística y lo expone al pueblo. Previamente debe acoger la Palabra, creerla y hacerla vida, sin reduccionismos, sin arrancar páginas ni adulterarla, como pide el apóstol san Pablo a su discípulo Timoteo.

El diácono sirve también al altar con unción y piedad en la celebración de la Eucaristía, corazón de la Iglesia y misterio de nuestra fe. Por ello, debe poner en el primer plano de su vida la Eucaristía, celebrada, contemplada y adorada, sin dejarse llevar por el formalismo o cualquier tipo de protagonismo histriónico en el servicio al altar. En la celebración de la Eucaristía el único protagonista es Cristo, el Señor.

Los diáconos, por fin, se identifican con el servicio a los pobres. Deben ser siempre siervos y servidores, que eso significa diácono, servidores humildes y abnegados de los más pobres, los predilectos del Señor, a imitación de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. Este es el norte de todo ministerio ordenado en la Iglesia: ser servidores abnegados de la comunidad cristiana; ser servidores de los más débiles, de los más despreciados y necesitados, acogiéndoles y cuidándoles con el estilo del Señor. Los pobres deben ser el ambiente cotidiano y objeto de la solicitud sin descanso del diácono. No se entendería un diácono que no se comprometiese en primera persona en la caridad y en la solidaridad hacia los pobres, que de nuevo hoy se multiplican.

Al mismo tiempo que saludo a todos los diáconos permanentes de nuestra Archidiócesis y a sus familias, les agradezco el buen servicio que prestan a la Iglesia y les envío mi abrazo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

jueves, 13 de noviembre de 2014

Cualidades que todo diácono, sacerdote y obispo debería tener, según el Papa.

El Papa continuó su ciclo de catequesis sobre la Iglesia en la audiencia general. Francisco explicó cómo deben vivir los diáconos, sacerdotes y obispos para que "su servicio sea auténtico y fecundo”. Les recomendó ser pacientes, afables y sobrios.

Francisco añadió que todo presbítero debe alejarse de la vanidad.


RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy, podemos hacernos la pregunta qué se pide a los obispos, presbíteros y diáconos para que su servicio sea auténtico y fecundo.

San Pablo, en sus cartas pastorales, además de una fe firme y una vida espiritual sincera, que son la base de la vida, enumera algunas cualidades humanas, esenciales para estos ministerios: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la bondad de corazón… cualidades, que hacen posible que su testimonio del Evangelio sea alegre y creíble.

El Apóstol recomienda, además, reavivar continuamente el don que han recibido por la imposición de manos. La conciencia de que todo es don, todo es gracia, los ayuda a no caer en la tentación de ponerse en el centro y de confiar sólo en ellos mismos. Uno no es obispo, presbítero o diácono porque sea más inteligente o tenga más talentos que los demás, sino en virtud del poder del Espíritu Santo y para el bien del santo Pueblo de Dios. La actitud de un ministro no puede ser nunca autoritaria, sino misericordiosa, humilde y  comprensiva. 

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Guatemala, Chile y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dar gracias a Dios por las personas que ejercen un ministerio de guía en la Iglesia y la hacen crecer en santidad. Recemos para que sean siempre imagen viva del amor de Dios. Muchas gracias.

lunes, 27 de octubre de 2014

Un cívil en el púlpito...

«Oiga, con usted la misa es más corta». Pueblos sin sacerdote se acostumbran a los diáconos permanentes, civiles con los que la Iglesia tapa la falta de vocaciones.



El periodista Gervasio Portilla oficia una misa en una iglesia del valle del Pas en Cantabria. :: Celedonio
Nunca han sido más evidentes en la Iglesia católica las palabras del propio Jesús: «la mies es mucha y los obreros pocos». La frase que recoge San Lucas en sus parábolas se agudiza con el paso de los años. El 71,4% de los españoles sigue declarándose católico; es decir, más de 34 millones de personas. Para atender sus necesidades, las 69 diócesis disponen de 23.686 parroquias que son regentadas por unos 18.500 curas. Es decir, ya hay más de 5.000 que no tienen ni titular. Miles de pueblos, sobre todo del valle del Ebro hacia los Pirineos y de Galicia a Castilla y León, pero también del resto de la península, en los que el desarraigo también llega a sus pastores de almas. «Tenemos sacerdotes que deben atender a 20 o 25 pueblos», resume el delegado de medios de comunicación social del obispado de Burgos, Álvaro Tajadura. Sus algo más de mil parroquias apenas cuentan con 430 titulares. 

Los obispados revisan ahora sus mapas para crear lo que llaman «nuevas unidades parroquiales». En esencia, es lo mismo que la vida civil: juntar servicios para poder llegar a todos. «Hemos puesto autobuses para que recojan a la gente y la centralice en un pueblo. Aunque con la despoblación puede que muchos desaparezcan y no necesiten cura», reconoce el delegado diocesano para el Clero en Cantabria, Antonio Gutiérrez.

Dar respuesta a los habituales oficios que ofrecen todas las parroquias españolas (bautizos, comuniones, bodas y entierros) supone abrir un millón de veces las puertas de alguna iglesia cada año. «Hay diáconos permanentes atendiendo en tanatorios porque los curas no llegan», admite el director del Secretariado de la Comisión Episcopal de la Doctrina del Clero y presbítero de la diócesis de Valencia, Santiago Bohigues. 
Arriba, Gervasio Portilla.
Demasiado trabajo para los profesionales de la fe, víctimas además de una necesaria ‘reconversión laboral’: la edad media de esas 18.500 sotanas se acerca a la de la jubilación civil, casi 64 años, aunque muchos curas se reenganchan hasta los 75. En este escenario, las nuevas vocaciones, que han repuntado por primera vez en una década, son escasa alegría. Cuando no contraproducentes. En los seminarios se preparaban hasta junio pasado 1.321 futuros sacerdotes. Son apenas 14 más que en el curso anterior. Pero los abandonos rozaron los 300 (más del doble que un año antes) y en el 30% de las diócesis hay años en los que no se ordena un solo clérigo. 

Arriba, Gervasio Portilla.Con esta situación, la Conferencia Episcopal y los obispados han agilizado el debate interno para repartir la pesada cruz pastoral con los feligreses. «Pasó ya el tiempo en el que los seglares erais definidos como los no curas ni religiosos. No sois los seglares gentes que estáis en la Iglesia para beneficiarios sin más de pertenecer a la Iglesia, aportar una ayudita económica y que, en el mejor de los casos, os ponéis a las órdenes de los sacerdotes», dijo en su carta pastoral de junio el obispo de Cartagena, Antonio Algora. Era su interpretación de la espontaneidad del Papa Francisco I cuando dijo aquello de «quiero lío y que no me balconeen la vida».

Arriba, Gervasio Portilla.
Y en este vía crucis, la figura de los diáconos permanentes emerge como uno de los nuevos ‘músculos’ del brazo eclesial. Hombres de más de 35 años, casados, generalmente con hijos y siempre con matrimonio estable. Laicos con una formación de tres años en Teología que permite equiparar sus funciones a las del cura. Desde que el Concilio Vaticano II (1962-65) abrió esta puerta de acceso al púlpito a los laicos, la curia española ha sido una de los que menos ha creído en su labor. En países como Italia, Francia o Alemania, hay varios miles de estos hombres repartidos por sus parroquias.

 Arriba, Gervasio Portilla.Dedica los fines de semana a recorrer el valle del Pas cántabro para oficiar misas en los pueblos sin cura titular. Abajo (izda), Patricio Fernández y Carlo Barbaglia, pioneros en el diaconado permanente en Valladolid. Patricio es hoy secretario del presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, el cargo más alto de un civil en la Iglesia católica. Abajo derecha, Mikel Iraundegi. A sus 36 años es el diácono permanente más joven de España.

 Miedo al pulpito

 En España, el número apenas llega a los 400, a los que se sumará el centenar que está en periodo de formación. Su director, Santiago Bohigues, insiste en que «si les vemos como cuasisacerdotes les quitamos parte de su valor», aunque admite que el aumento de sus funciones «no es tanto como solución sino como un apaño temporal». Así que los vecinos de muchos pueblos se han familiarizado con estos hombres que cada vez con mayor normalidad se multiplican por los pueblos para todo tipo de oficios, menos la consagración sacramental y la absolución, un escalón al que no pueden subir. «Hemos pasado de que se nos perciba como el florero litúrgico a que se vea ese trabajo en la iglesia. No olvidamos que debemos permanecer en un segundo plano, siempre que no nos confundan con monaguillos». 

Con claridad castellana se explica Patricio Fernández, un pionero en esta labor pastoral en Valladolid. Una vocación de muchos años que le hace sentirse «como el molde» en el que se han esculpido otras vocaciones y que en su caso ha recibido el premio de ser el actual secretario personal de Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal. «Una carga más que un cargo», bromea, pero que reconoce el peso que se empieza a dar a estos ‘curas civiles’. Su trayectoria es pareja a la de Carlo Barbaglia, un administrador de empresas que compartió aquellos años iniciáticos. Las primeros encargos de oficina (Cáritas, ayuda a viudas, administración de bienes) dieron paso a la creciente necesidad de ir a cubrir huecos a alguna iglesia en los pueblos. «Mi carisma no es la palabra. Así que a veces Patricio me pinchaba ‘¡venga, predica tú!’ y bromeábamos», recuerda. «No es tan complicado –continúa su compañero–. Basta con no decir tonterías ni dar tus opiniones». La voluntad de servir vence a las horas robadas a la familia propia y, como insiste Patricio, «nosotros somos los diáconos permanentes y nuestras mujeres son las sufridoras permanentes». Pero permite lujos fuera del alcance del resto como «la satisfacción de casar a nuestras propias hijas y bautizar a los nietos», afirma orgulloso Carlo.

Las horas que entregan a la Iglesia no solo no tienen compensación sino que «muchas veces ponen de su bolsillo los gastos para llegar a todas las esquinas», reconoce más de uno. Es el caso del periodista Gervasio Portilla. Casado, 58 años y una hija, fue el primero que ayudó a la diócesis de Cantabria a tratar de no dejar desatendidas parte de sus 611 parroquias. Recorre el valle del Pas y oficia cuatro misas cada fin de semana. Pueblos en los que ya no hay médico, ni escuela y que agradecen que no les dejen huérfanos también de vida religiosa. «A veces la gente mayor acepta mejor los cambios que dentro del seno de la propia Iglesia», reconoce Portilla. Al igual que los curas a los que relevan, acaban siendo confesores de sus comunidades. «Muchas personas viven con gran soledad y te preguntan cosas que no sabes cómo salir. Yo creo que nuestra mayor labor es estar con la gente y escucharles», resume este hombre vocacional cuya mujer también es voluntaria en Cáritas desde hace 20 años. A ambos les «costó hacer entender al principio» a su única hija la labor religiosa de Gervasio.

También ha abierto surco en su diócesis de Guipúzcoa Mikel Iraundegi. A sus 36 años, casado y con dos hijas, será probablemente el más joven de España (el límite de acceso se sitúa en los 35 años). Admite que todavía se pone «nervioso» cuando celebra los oficios en su parroquia de la Sagrada Familia de Irún. En su caso, profesión y vocación se solapan, ya que dejó la carrera de Derecho para titularse en Teología. Reclama el papel creciente en el seno de la Iglesia de los diáconos, porque «no somos curas de segunda división, ni el ‘plato b’ sino un valor en alza». Ahora reparte su trabajo parroquial con su profesión como profesor en el Instituto de Teología y en la Pastoral Familiar. Con el impuso de su juventud se siente esperanzado en una Iglesia que «siempre ha sido más ‘elefante’» que la sociedad civil a la hora de dar pasos y adaptarse a la realidad. «Si la Iglesia fuera una empresa privada, ya nos habrían aplicado un ERE», concluye. 

Antonio Corbillón

lunes, 7 de julio de 2014

¿Otro diácono permanente?

Esta vez ha sido en la diócesis de Jaen, concretamente en Menjibar donde ha sido ordenado para el diaconado permaennte Jesús Beltrán, un profesor de religión que está casado y es padre de cuatro hijos. 

Es bueno ver cómo el número de los diáconos permanentes sigue creciendo, y aquí nuevamente vemos que se repite la unidad entre el diaconado permanente y los profesores de religión.

Tal vez porque mi vocación y profesión coincide con la de Jesús, que nos hizo reflexionar si tras el compromiso con los chicos y chicas en las aulas, el Señor no nos estába pidiendo algo más para comprometernos con su Buena Nueva

Esto nos recuerda que hayan parroquias donde estamos teniendo problemas a la hora de convocar a catequistas, porque nos faltan o sencillamente no los tenemos; y sin embargo las plazas de profesores de religión de sus escuelas están más que cubiertas. 

Esperemos que este interrogante ilumine alguna conciencia de los profesores y se planteen un poco más su verdadera vocación y comprendamos que la Iglesia es cosa de todos y Casa de todos, no solo de los ordenados. El bautismo nos hizo cristianos y ello nos exige ser misioneros, evangelizadores de los demás. Como nos dijo S. Juan Pablo II: "Proclamar a Cristo no es solo un deber sino un privilegio".

Por eso en la parte que a cada uno corresponda, a ver si nos enorgullecemos más de ser braceros del Evangelio y no "bocacionados" de la asignatura de religión.

Te felicitamos Jesús, por la ordenación, a tu familia, que también han sido elegidos por el Señor, y a tu comunidad parroquial. Y a ver si se sigue el ejemplo.

Recibe un abrazo desde la diócesis de Orihuela-Alicante
Manuel Cosme.

viernes, 6 de junio de 2014

Diáconos: los grandes desconocidos.



Me ha parecido muy interesante colgar en nuestro blog una carta de la esposa de un diácono permanente de la diócesis de Pamplona, Fernando Aranaz. Así que os invito a no dejar de leerla. Desde aquí agradezco a Paloma esta reflexión en voz alta. Su carta dice así:

El domingo día 25 de mayo se celebró en la Diócesis de Pamplona la II Jornada del Diaconado Permanente. Mi esposo, Fernando Aranaz, fue ordenado diácono hace casi siete años y desarrolla su labor diaconal en la capellanía de la cárcel de Pamplona, manteniendo su trabajo en la vida civil, tal como se les recomienda a los diáconos. 

Los años de discernimiento, estudio, preparación y, finalmente, de ordenación, no estuvieron exentos de problemas e incomprensiones, ya que él fue el primer diácono de la Diócesis y abrir camino siempre es muy difícil cuando la cerrazón de algunos es dura. 

Pero cuando se trata de una verdadera llamada de Dios, las situaciones se sobrellevan, esquivan y todo adquiere una nueva dimensión, ya que Dios te ha preparado algo realmente bueno para tu vida que te hará feliz. Dios “sólo” necesita tu “sí”, porque Él no entra nunca como un elefante en una cacharrería, como a veces hacemos nosotros, y respeta tus tiempos, y cuando así ocurre Él te regala el ciento por uno.

La segunda vocación de Fernando, como suele decir él, no fue algo aislado ni tampoco con el tiempo tan extraño, a pesar de que al principio ninguno de los dos comprendíamos bien qué estaba pasando, sino que nació del matrimonio y de la familia, forjándose día a día. 

Llevábamos muchos años colaborando en nuestra parroquia, en grupos diocesanos, en la cárcel como voluntarios de Pastoral Penitenciaria… y ahora Dios pedía a Fernando, en especial, un paso más por medio del servicio de forma permanente y también a su familia para que acogiéramos este don. Fueron tiempos de dudas, de no comprender bien qué estaba ocurriendo ya que teníamos la vida hecha, tiempos de volver a replantearse ciertas cosas dadas por hechas, de incomprensiones por parte de personas muy cercanas de nuestra Iglesia, pero también tuvimos el apoyo de otras tantas muy queridas para nosotros e incluso de aquellas que no conocíamos. Y así llegan las cosas de Dios… ni antes ni después, sino cuando Él cree que estás preparado...
 
Han pasado casi siete años desde su ordenación y ahora podemos decir con certeza de que se trata realmente de una vocación, de una llamada de Dios a servir al prójimo de esta forma tan especial: al modo de Jesús servidor que lava los pies al mundo.

Siento que Dios nos ha hecho un gran regalo: el ser y formar una familia diaconal en medio de un mundo sediento de Dios, aunque a veces el mundo no sea consciente de ello.

Antes de nada y, para aquellas personas que lean estas líneas y no tengan claro qué es un diácono, me permito hacer unas aclaraciones concisas sobre esta realidad tan desconocida y a la vez tan apasionante, que algunos critican, pero que muchos admiran y rezan por ella.

* Diácono: Es un hombre ordenado que sirve a la Iglesia y a los hermanos al modo de Jesús servidor. Están dentro del orden ministerial que forma un triángulo: los diáconos y presbíteros, con sus vocaciones y funciones diferentes, como colaboradores del obispo y pastor diocesano. Pueden ser personas casadas (mayores de 35 años) o solteras (a partir de 25 años).

* Estudios: Están formados en Ciencias Religiosas con tiempos para la pastoral.

* Historia: Ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles (6, 1-6) nos dice que se nombra a los siete primeros diáconos de la Iglesia. A partir de lo siglos IV o V y, por diferentes motivos, va desapareciendo pero el Concilio Vaticano II lo restaura como ministerio permanente admitiendo a hombres casados.

* Tareas pastorales: Tienen su espacio propio en la liturgia, la Palabra y la caridad. Sus destinos pastorales son variados y son los espacios donde hay mayor necesidad. Tal vez alguien piense que no son los más agradecidos (hospitales, cárceles, cementerios, marginación…), pero son los más diaconales y donde se encuentra a Jesús sufriente. 

Al hilo del tema del diaconado me gustaría hacer balance y puntualizar lo que he venido y vengo observando durante los últimos trece años como esposa de diácono y mujer laica que lleva muchos años sirviendo en la Iglesia. Qué ha supuesto todo este tiempo lleno de experiencias gratificantes, aunque haya habido alguna que otra zancadilla y qué cosas habría que cambiar. Tal vez haya personas que se cuestionen dónde ponemos a los diáconos en la Iglesia. Ellos ya lo saben…

* En primer lugar decir que para el diácono el modelo y ejemplo a seguir es siempre Jesús servidor, que es quien se arrodilla, lava y besa los pies del mundo y que vino no para ser servido sino a servir. Para cualquier cristiano, sea cual sea nuestra vocación, nos debemos medir en Jesús de Nazaret. Para mí, como mujer cristiana, madre, esposa de diácono y servidora de la Iglesia, también lo es. Siempre he admirado y respetado el servicio que tantas mujeres realizan en nuestras parroquias a veces poco agradecidas y otras invisibles dentro de ellas.

* Las esposas de los diáconos no somos las nuevas “diaconisas” y nuestro papel no es sólo dar el consentimiento para que nuestro esposo pueda ser diácono firmando un documento, es mucho más, ya que en el matrimonio se comparte todo, se camina acompañado, se habla de todo y se toman decisiones conjuntas. Nosotras, las esposas, no somos algo decorativo, pintoresco o un mal menor, sino que participamos de la diaconía de nuestros esposos. Conozco a un montón de esposas de diáconos con un gran compromiso humano y cristiano en voluntariados de marginación, dedicadas también a sus trabajos civiles, a su familia y dedicando sus servicios en pastorales diversas.

* Los diáconos hacen un gran esfuerzo por conciliar su vida familiar, laboral y encomienda diaconal que no se siente reconocida en algunas ocasiones.

* Me gustaría decir que son muchas las personas que se alegran con nosotros, que comparten nuestras inquietudes, que nos comprenden, nos aceptan y nos ayudan a vivir mejor esta vocación de la Iglesia bendecida por Dios.

* En general, los diáconos son bien aceptados por la gran mayoría de laicos contentos de contar con una persona preparada, vocacionada al servicio a los demás y una persona muy cercana a ellos, que ha salido de su comunidad, que trabaja como ellos para poder mantener a su familia, luchando cada día por su puesto de trabajo en medio de una gran crisis económica; felices porque como ellos tenga esposa e hijos, con todos los problemas y alegrías que significa formar una familia, como la de todos. Por todo ello, resultan muy cercanos. Varias personas, que no conocíamos, a propósito de su ordenación, nos pararon por la calle para darnos la enhorabuena por “nuestra valentía y gratuidad”.

* Aprovecho esta reflexión para decir algo sobre el hecho de pedir vocaciones en la Iglesia. Vocaciones hay unas cuantas y todas igualmente importantes. O son todas vocaciones, o no hay ninguna, me dijo una vez un sacerdote a quien aprecio mucho. Me gustaría que rezásemos por ellas, para que cada vez haya más vocaciones al servicio, tan necesitadas hoy en día, porque son dones de Dios y están bendecidas por Él y son todas susceptibles de pedir a Dios por ellas, lo que ocurre es que a veces falla la conciencia de que todos somos necesarios en la Iglesia para que el cuerpo de Cristo esté completo. ¿O es que ponemos en duda que Cristo es la cabeza del cuerpo y el resto somos sus miembros todos necesarios y que si falla alguno no está completo? (I Corintios 12, 4-14).
Como decía, a pesar de las dificultades, el balance es totalmente positivo.

* Es una realidad que poco a poco va creciendo en la Iglesia. En nuestra Diócesis son tres los diáconos permanentes (dos casados y uno célibe) y en España son más de cuatrocientos y el número aumenta cada día.

* Nuestro matrimonio y la familia se has visto reforzados por este don del diaconado y por ello estamos siempre agradecidos a Dios. La llamada de Dios presente en nuestra vida matrimonial, supone algunas dificultades, pero también muchos aspectos positivos, ya que el matrimonio y el diaconado se complementan y nos hacen crecer como personas, como pareja y como cristianos. El “sí” consciente dado a nuestro esposo se convierte en compromiso de servicio para nosotras y en cierta forma trabajamos a la par del esposo. Marido y mujer avanzamos juntos hacia el Señor. No estamos solos. No hay que olvidar que lo importante es el SER y no el HACER. 

Los diáconos tienen una gran autoridad moral, que se la dan la gratuidad, el testimonio y la coherencia de su vida y la cercanía al hermano. Pienso que queda y que hay mucha tarea por hacer y si hay voluntad y nos ponemos en las manos de Dios, lograremos entre todos transparentar el rostro de Cristo.

No hay que tener miedo de lo que Dios te pida, Él respeta siempre tus tiempos y no hay que cerrarle las puertas, porque cuando Él te pide algo y aunque el camino a veces sea dificultoso, es porque te quiere hacer inmensamente feliz.

Paloma Pérez Muniáin
Junio de 2014

lunes, 2 de junio de 2014

Pastor pentecostal se convierte a la Iglesia Católica

Hermoso testimonio del Diácono Alex Jones - Ex pastor pentecostal. Es un fragmento del testimonio de conversión del ex pastor pentecostal en el programa de El Regreso a Casa de la cadena EWTN.

Comprometido con la evangelización. No perdamos nunca la esperanza, porque en algunos sitios puede parecer que no crece, que no avanza la expansión del evangelio a todos los pueblos, pero en el resto del mundo es todo lo contrario, va en aumento.

Vale la pena que no perdamos ese testimonio dado por este hombre tocado por el Espíritu Santo.

 
Si confiamos en en Señor, la fe comenzará a crecer. 

Que el Señor te bendiga.

miércoles, 26 de marzo de 2014

El diácono... si no lo hace con amor, no sirve



Según el Santo Padre el Papa Francisco, en la audiencia general del 26 de marzo del 2014, ha venido a decirnos un mensaje muy importante sobre los obispos, presbíteros y diaconos. El texto es el siguiente:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ya hemos tenido ocasión de señalar que los tres sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía forman juntos el misterio de la "iniciación cristiana", un único gran acontecimiento de gracia que regenera en Cristo y nos abre a su salvación. Esta es la vocación fundamental que une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Hay a continuación dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: se trata del Orden y del Matrimonio. Constituyen dos grandes vías por las que el cristiano puede hacer de su vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, y así colaborar en la edificación de la Iglesia.

El Orden, marcado en los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para apacentar su rebaño, en la potencia de su Espíritu y de acuerdo a su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia, no con la fuerza humana o con la propia potencia, sino con la del Espíritu y de acuerdo a su corazón, el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor, no sirve. Y, en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor.

1. Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados se colocan a la cabeza de la comunidad. ¡Ah! ¿Están a la cabeza? Sí. Sin embargo, para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha mostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras : "Sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan, y los jefes las oprimen. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28 // Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad: no está bien. Un sacerdote, un cura, que no está al servicio de su comunidad: no está bien. Está equivocado.

2. Otra característica que siempre se deriva de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en aquel pasaje de la Carta a los Efesios, en el que san Pablo dice que Cristo "ha amado a la Iglesia. Él se ha entregado a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocar ante sí a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada" (5, 25-27). En virtud del Orden el ministro dedica todo su ser a su propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad. Y la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio. El marido ama a su mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Es un misterio grande de amor, este del ministerio y aquel del matrimonio! Los dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor. 

3. Un último aspecto. El apóstol Pablo aconseja a su discípulo Timoteo no descuidar, más bien, reavivar siempre el don que está en él, el don que le ha sido dado por la imposición de las manos. Cuando no se nutre el ministerio con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y también la asistencia al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado autentico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no vive y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente… y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, a la larga, pierden la unión con Jesús y adquieren una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por eso tenemos que ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento diario, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente.
Y esto es tan importante, porque está en juego la santificación propia de los obispos y los sacerdotes. Quisiera terminar también con una cosa que me viene a la cabeza. ¿Pero qué hay que hacer para convertirse en sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas? No, no se venden. Ésta es una cosa donde la iniciativa la toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno de los que quiere que se conviertan en sacerdote. Y quizás haya algunos jóvenes aquí que han sentido en su corazón esta llamada: el deseo de convertirse en sacerdotes, el deseo de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, el deseo de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, cuidar a los enfermos… Pero toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido esto en el corazón, es Jesús que se lo ha puesto ahí, ¿eh? Cuidad esta invitación y rezad para que esto crezca y dé fruto en toda la Iglesia. 

¡Gracias!

Apliquémonos este mensaje en la parte que a cada uno nos toque.
Saludos.